Love, death & robots (y algunxs kentukis)



Una vez más, como cada miércoles, me siento a escribir el blog. Hoy, con la salvedad de que estoy recibiendo mi primer pago por entrenar un algoritmo, el mismo día en que está programado hablar sobre robots.

Lo loco no es que esté recibiendo un pago por eso, estamos en el siglo XXI, lo loco es que entreno un algoritmo que identifique errores en la ejecución de ejercicios físicos, para una aplicación de entrenamiento "en casa". Básicamente, entreno un algoritmo para que aprenda lo que a mi y a mis colegas nos llevó cuatro años de profesorado más dos de licenciatura e innumerables capacitaciones (una judas de la profesión), qué cedemos para tecnologizarnos? Veremos...

Hemos hablado en varias entradas de cómo lxs robots están cada vez más entrelazadxs con nosotrxs en nuestras vidas diarias, de hecho en el post anterior sobre The Stepford Wives y en el post de Mejores que nosotros eso quedó bastante claro. Hoy, la apuesta está en pensar desde la serie animada "Love, death & robots" y desde la novela "Kentukis" en cuánto de humanxs tienen esxs robots que nos acompañan -e intimidan- y por qué nos empeñamos como sociedad en humanizarlxs.

Love, death & robots es una ontología animada original de Netflix estrenada en el 2019 y que cuenta con dos temporadas; es producida por Joshua Donen, David Fincher,​ Jennifer Miller, y Tim Miller pero cada episodio tiene un equipo diferente encargado de la animación, lo cual resulta evidente al observar los detalles de los dibujos. Cada episodio trata de una temática diferente pero todos vinculados a la ciencia ficción, con tintes unas veces más cómicos y otras bien dramáticos.




En el primer episodio de la segunda temporada, se muestra una sociedad totalmente automatizada, con robots realizando múltiples tareas: pasear perros, jugar tenis con humanxs, conducir taxis, etc. En este escenario, una señora que vive con su perrito y tiene una aspiradora robot pasa por un mal momento cuando además de quitar el polvo, la aspiradora decide exterminarla.

Por una falla de software, la aspiradora detecta a la señora como plaga y quiere eliminarla, mientras esto sucede ella intenta comunicarse con el servicio de atención al cliente en el cual el tiempo de espera para poder hablar con una persona humana es de seis horas y catorce minutos (casi como Cablevisión). Luego de múltiples intentos de burlar los sistemas de la aspiradora, e incluso con la ayuda del vecino y su escopeta, la señora logra "matar" a la aspiradora y, en un agregado muy cómico de la serie se escucha la voz del servicio de atención al cliente que le dice: "Felicitaciones, detuvo la máquina autodestructiva".

Cuando pensamos que el mal trago de la señora y su caniche toy ya pasó, nos damos cuenta de que tanto ella como su vecino son ahora perseguidxs por todxs lxs robots de la ciudad, que quieren vengar la muerte de la aspiradora exterminándolxs.




No tenemos un desenlace, pero probablemente no haga falta. Basta con volver un poco en el tiempo y ver el segundo capítulo de la primera temporada, Three robots. Este, está planteado en un escenario apocalíptico en el cual tres robots andan paseando como turistas en una ciudad donde lxs humanxs se han extinguido. Mientras pasean, intentan comprender cómo hacían a vivir lxs humanxs con el limitado conocimiento que tenían de ellxs mismxs y del mundo (golpe al ego) y se dan una grata sorpresa al encontrarse con un gato.

Lo interesante de estos dos capítulos es que la línea de crítica es diferente; en el primer caso, se critica al automatismo de la sociedad actual donde hablar con unx humanx para resolver algo es toda una odisea y donde en virtud de hacer nuestras vidas más confortables cedemos a vivir rodeadxs de máquinas que hagan las cosas por nosotrxs. Si, barrer es una molestia, pero jugar al tenis con un robot?

Ya en el segundo ejemplo, la crítica está centrada más al humanismo presente en el diseño de la técnica, lxs robots están intrigados porque no saben cómo la especie humana fue capaz de sobrevivir tanto tiempo, pero en ningún momento se preguntan cómo fuimos capaces de crearlxs. La crítica está centrada al ego humanx, de hecho, en un diálogo entre lxs robots frente a lo que podría ser una bomba atómica, uno pregunta si eso lxs mató, a lo cual otrx robot responde "No, fue su orgullo lo que acabó con su reinado" y amplia explicando "creyeron que eran el ápice de la creación, al punto que envenenaron el agua, mataron la tierra y contaminaron el aire" (hermoso escribir esto cuando llevamos más de 15 meses de pandemia, no?)




Luego de ver ambos capítulos se abren un montón de interrogantes acerca no solo de quiénes, cómo y a costa de qué están creando la enorme cantidad de artefactos tecnológicos existentes hoy sino también, de qué estamos dispuestxs a ceder (quiénes no estamos creando o diseñando) para hacer nuestras vidas más confortables. Sin ánimos de colocar una mirada tecnofóbica, capaz necesitemos pensar en estas nuevas vidas que se crean, si podemos llamarlas así, y nuevamente en los vínculos que creamos.

Sobre esto, Samanta Schweblin escribió la novela Kentukis, publicada en 2018. En esta novela, las personas pueden comprarse unx kentuki, que sería una especie de mascota virtual llevada a un límite que no imaginábamos. Estxs kentukis, están conectadxs con una identidad elegida aleatoriamente (otra persona, en algún lugar del mundo) que "maneja" el animalito y tiene una cámara. Lxs kentukis, con alegres formatos de animales de peluche, se hicieron populares y las personas lxs pasean en sus autos y lxs regalan a amigxs y familiares. Quienes deciden ser kentukis, es decir observar y manejar desde la tablet, tienen la posibilidad de vivir otra vida además de la suya, como el pibe de Guatemala que conoció la nieve gracias al kentutki dragón que manejaba y que vivía en Noruega. Incluso, hay hasta un grupo reblede de liberación de kentukis, que lxs dejan libres separándolos de sus "amxs". Un detalle llamativo es que si unx kentuki no vuelve a tiempo a la base de su cargador la conexión se pierde, para siempre, cada kentuki y cada observadxr solo pueden tener una vida (a no ser que compren otrxs, claro).

Entre la ciencia ficción y el voyeurismo, la novela de Samanta nos hace replantearnos no solo la relación con las tecnologías sino entre nosotrxs mismxs. Qué pensaría Erving Goffman si viera que nos es más fácil interactuar con un peluche que con la gente que nos rodea? Qué diría Deleuze de qué unx extrañx en algún lugar del mundo tenga acceso a imágenes y datos diversos en tiempo real sobre todo lo que hacemos en nuestras vidas (y por voluntad propia)?




Entre medio de las atrapantes historias, hay fragmentos que dejan la puerta abierta para pensar más y más. Alina, mujer que estaba en Oaxaca y tenía un kentuki loro, se pregunta: "Por qué las historias eran tan pequeñas, tan minuciosamente íntimas, mezquinas y previsibles? Tan humanas." En este fragmento, Alina se plantea porqué teniendo unxs kentukis, teniendo ese tipo de poder de entrar a las casas de extrañxs, seguimos pensando en cosas bastante simples y mundanas; "qué hacía toda esa gente circulando por pisos de casas ajenas, mirando cómo la otra mitad de la humanidad se cepillaba los dientes? ¿por qué nadie confabulaba con los kentukis tramas realmente brutales? ¿por qué nadie metía un kentuki cargado de explosivos en una desbordada estación central y hacía volar todo en pedazos?

Seguro no tengamos la respuesta de Alina, pero podemos ver que sigue en la misma línea del diaĺogo de lxs robots turistas: entre el orgullo y la soberbia de la especie humana por crear los más complejos sistemas y artefactos tecnológicos, también se esconde una simplicidad evidenciada en comprar o ser un kentuki solo para ser parte de la vida de alguien, qué pasó con ser parte de la vida de alguien más cercano? en qué momento llegamos a necesitar interactuar por medio de un kentuki? hasta qué punto llega el morbo de la exhibición de nuestra vida privada que la vendemos/compramos a cualquier precio? dónde quedó el miedo de ser expuestxs, el resguardo de la privacidad? qué relación hay entre la aspiradora robot y los kentukis? dónde quedó el amor/cuidado de una mascota real? cuál es nuestro kentuki de hoy?

No tenemos las respuestas, seguramente primero tengamos una aspiradora robot o porqué no, un kentuki.

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