The one: ¿amar? en tiempos de cibercultura

¡ALERTA SPOILER! 


El pasado 12 de marzo se estrenó en la plataforma Netflix la serie Británica The One, creada por Howard Overman. En la misma, dos becarixs doctorales del área de biotecnología descubren que las hormigas encuentran a sus parejas a través de las feromonas. Al liberar estas sustancias químicas, los machos atraen a las hembras para el apareamiento. Volviendo a la serie, lo que estxs científicxs descubren es que en lxs humanxs podría funcionar de igual manera y así, podríamos encontrar a quien esté destinadx químicamente a ser nuestra pareja.

Con ese fin, fundan una empresa llamada The One, que promete que con solo una muestra de ADN (por ejemplo del cabello) podemos encontrar nuestro match ideal, al cual estamos destinadxs genéticamente y vivir felices para siempre.

Para poder iniciar la compañia, Rebecca y James crackean la computadora de Ben, amigo que trabajaba con una gran base de datos de ADN y comienzan a hacer las primeras pruebas. El éxito viene solo, abrumador y desconcertante y, de a momentos te hace creer que descubrieron el santo grial de las relaciones, al menos hasta que das pausa y lo pensás en frío.

Por empezar, Rebecca vive una vida de ficción al aparecer "emparejada" con un hombre a quien le paga su performance de pareja ideal. James, no mejor sucedido, jamás encontró el amor verdadero. Pero más allá de la elección de vidas amorosas fallidas de lxs protagonistas, la serie pretende hacernos reflexionar un poco más profundo acerca de qué tipo de relaciones queremos/podemos vivir en un mundo cada vez más ligado a las tecnologías y cada vez más acelerado, líquido diría don Bauman. 

La primera conclusión que saco es que esa serie (que tranquilamente podría ser real) demuestra que queremos vincularnos al resto de las personas de la misma forma en la que hoy pretendemos vivir nuestras vidas: aceleradxs, desprendidxs, exitosxs. Encontrar la pareja ideal sin si quiera haber tenido que elegir un bar para la primera cita claramente nos exime de varias complicaciones, pero también a mi modo de ver simplifica de sobre manera el acto de conocer a otrxs y así reconocernos a nosotrxs mismxs. 

Además, como varias series futuristas, nos arroja al ideal de amar sin complicaciones, sin errores, y nos demuestra que en esta sociedad de la felicidad (Véase Byung-Chul Han) no hay lugar para el fracaso, para el desamor y mucho menos para la soltería (confundida muchas veces con soledad).

Es, volviendo a Bauman, un ideal de amor líquido, rápido, que si bien promete ser tu pareja de por vida comienza como un trámite más, tan solo colocando un pelo en una lata para ser analizada genéticamente. Y promete, cual si fuera poco, que el match es instantáneo, que nadie nunca te habrá besado y mirado de esa forma (Mmm ¿tentador no?) 

En este inicio genético, parece que se redujera al amor, o a los vínculos de pareja, a un conjunto de reacciones que estaban predestinadas químicamente, dejando por fuera las historias que se construyen en el devenir del encuentro con otrxs y que de alguna manera van enseñándonos a amar, a compartir, a sentir. Es un amor idealizado, vendido como el producto perfecto en este mundo acelerado, exento de las problemáticas cotidianas que enfrentamos. No importa si perdés el trabajo, te afeitas y dejas la pileta llena de pelos o te olvidaste de la cita... la genética lo perdona.

Claramente a lo largo de la serie se evidencia que la tasa de divorcios se ve incrementada, lo cual da señales de que Rebecca, su fundadora, no es la única que sufre las consecuencias de su propio invento. La sociedad parece no estar pudiendo mantener ese match ideal (Ni si quiera con genética eh)

Por último, la imagen que la empresa vende de las parejas es una imagen con la que como sociedad, al menos desde el feminismo y la comunidad LGTBIQ+, estamos tratando de luchar: el ideal del amor romántico. La ausencia de conflictos, los amores platónicos, el romanticismo eterno que no conoce de tedios y bajas de líbido no existe. La serie, acaba reproduciendo un discurso que alimentó nuestras cabezas por años, y dando dos pasos, o varios más, hacia atrás en la deconstrucción de los vínculos.

Los puntos a destacar (hay que darle algo de crédito) son: la empresa te empareja con quien es tu amor ideal, y ahí no entran géneros en disputa. De hecho, Kate, una oficial de policía hace match con una mujer española, y la serie naturaliza ese vínculo abordándolo de igual manera que los demás emparejamientos. Por otro lado, que Rebecca sea la fundadora de la empresa y su CEO viene a romper con el ideal de hombre hétero-cis blanco magnate de las tecnologías (si, así como todos los que conocés) y pone a las mujeres en un lugar de posibilidad en relación a los trabajos y estudios en relación a las carreras STEM (carreras vinculadas a ciencias y tecnologías).

Finalmente, la serie no deja mucho más que la posibilidad de seguir reflexionando sobre ¿qué haríamos nosotrxs? 

Ya descargamos Tinder, Happen y varios más, así que la respuesta no está muy lejos. 

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