Be right back- Otra vez

 Si, nuevamente hablando de Be right back, y es que es imposible dejar de mirarlo y pensarlo/nos e relación a las máquinas. Así que ahí vamos.

Al comenzar el capítulo (temporada 2, episodio 1) es destacable la inmersión constante de él en el mundo de la cibercultura o bien, de los dispositivos móviles al punto de no escuchar las preguntas que su compañera hace en relación a la cotidianeidad. Si bien cualquier persona de cualquier género podría ocupar ese lugar, que podríamos llamar de codependencia maquínica, no pude evitar recordar un video que vi hace mucho tiempo atrás sobre la diferencia entre los cerebros de las mujeres y los hombres (claro, contado por un hombre). En ese video Mark Gungor comenta livianamente que lo que diferencia a hombres y mujeres (como si ser mujer fuera una gran masa homogénea) es la cantidad de cajas que tenemos en el cerebro para procesar información. Mientras que las mujeres tenemos muchas cajas (familia, trabajo, amigas, tareas domésticas, entre otras) los hombres solo tienen la caja de la nada, donde pueden perderse incansablemente y abstraerse de las cajas de realidad. Cabe reflexionar ¿cuántas de esas cajas de las mujeres son impuestas? ¿por qué los hombres pueden darse ese “lujo” de estar en su caja de la nada? ¿qué estereotipos de género reproduce esa división?

Ahora si, volviendo a Black Mirror, se observa a Marta, una mujer atareada en la gestión doméstica (comida, limpieza) y en su proprio trabajo; y en contraposición un hombre como Ash perdido en su caja, solo que esta vez es electrónica. Y me pregunto ¿hasta que punto las tecnologías pueden ser liberadoras? ¿Ash metido en su teléfono móvil mientras Marta le habla no es igual a la representación del hombre de familia clase media pegado al televisor?

Por otro lado, y alejándome un poco de las discusiones en torno al género pienso ¿cómo se gestiona la muerte en la cibercultura? ¿qué rol juegan las aplicaciones que siguen abiertas (e incluso podés elegir quien administre tu perfil cuando mueras) en el duelo por quien ya no está? ¿cómo se trabajan psicologicamente las ausencias si el contenido de internet hace que esa persona siga presente?

Y en relación a ello pienso, antes de la muerte ¿cómo se gestionan los vínculos a través de una pantalla? ¿cómo nos relacionamos con otres en el espacio de lo offline y de lo online? ¿Por qué si Marta y Ash eran felices ella no pudo serlo con su IA? ¿Acaso somos o no somos aquello que compartimos en internet sobre nosotres?

Y en relación a lo que publicamos pienso ¿qué dice verdaderamente de nosotres esa huella digital? ¿Nos representa o es tan solo aquello que querríamos que otres pensaran? ¿Qué pasa cuando esa huella toma el control total de mi identidad? ¿Cuántas de las cosas que publicamos no podríamos mostrarla directamente a otras personas, o a algunas si y otras no?

Ash no había publicado nada sobre su vida sexual (bien, punto para Ash) y por ello la situación del sexo entre Marta y su nuevo Ash artificial es una experiencia rara en un comienzo y podríamos decir bastante satisfactoria luego, cuando descubre que él aprendió de un compilado de pornografía algunos trucos que está poniendo en práctica. Ello lleva a preguntarnos no solo por la construcción de la sexualidad en cada une de nosotres y en relación a los vínculos, sino a la incomodidad que Marta siente en situaciones que podríamos decir cotidianas de la pareja y que escapan al acto sexual en si mismo: los abrazos, el durmiendo a su lado, la falta de emocionalidad.

En cuanto a la falta de emocionalidad, el capítulo pone en juego el rol de las máquinas como autónomas y pensantes; el robot puede aprender com Marta (de sus reacciones e incluso de sus pedidos explícitos) pero a ella le incomoda la falta de espontaneidad, el tener que decírselo cuando sabe que Ash lo haría diferente. Pero, ¿acaso no sucede que tenemos que dialogar con un otre para que sepa que queremos o no queremos, que nos gusta, que detestamos? ¿y acaso ese diálogo no resulta también muchas veces tedioso e incómodo? ¿por qué esperamos que máquinas (y también personas) adivinen nuestros sentires y no los ponemos en palabras?

Por último, me gustaría destacar la codependencia que Marta llega a crear con Ash artificial, al punto de entrar en una crisis cuando sin querer tira su celular al suelo. Para ella, ese dispostvo migró de ser un celular a ser su difunto novio, y la fragilidad técnica del aparato se traduce ahora en fragilidad de Ash, a quién no quiere dañar. Por más que el le aclare que es virtual y no se hará daño, ella no puede separar a Ash de su dispositivo ¿cuántos Ash hay en nuestros dispositivos en audios que no queremos borrar o fotos que tememos perder?

En fin, una vez más Owen Harris logró hacernos divagar horas con su capítulo.


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